El realismo mágico no necesita explicaciones: lo maravilloso se presenta como cotidiano
Gabriel García Márquez mostró que lo fantástico puede ser parte del día a día sin necesidad de asombro ni justificación.
Una de las enseñanzas más poderosas de Gabriel García Márquez es que el realismo mágico no se explica: simplemente sucede.
En “Cien años de soledad”, los eventos más asombrosos, como una mujer que asciende al cielo en cuerpo y alma o una niña que se convierte en araña, son aceptados con total naturalidad por los personajes. Nadie se sorprende, nadie interrumpe su comida. Esa es la clave del realismo mágico: la naturalidad con la que lo fantástico se inserta en lo cotidiano.
A diferencia del cuento de horror o la fantasía europea, donde lo sobrenatural desestabiliza el mundo, en Macondo los milagros son parte del paisaje.
Esto nos invita a repensar nuestra percepción de lo real. ¿Qué es lo verdaderamente extraordinario? ¿El hielo en el trópico o un dictador que entierra su pierna con honores?
García Márquez no inventó este recurso. Ya estaba en Kafka, en Carpentier, en Rulfo. Pero Gabo lo perfeccionó dándole un tono profundamente latinoamericano, ligado a la oralidad, a lo popular, a las historias de la abuela. En sus palabras: hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque la realidad es demasiado descomunal.
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